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ONO y las Cosas Buenas (II)

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Después de todas las aventuras pasadas, llegó el tercer año, el que aún está en curso, de mi estancia en un piso de estudiantes. Durante uno o dos meses las cosas funcionaron a la perfección, pero entonces arribó a nuestros puertos una vieja conocida: la pérdida de paquetes. En este caso, la proporción que no recibíamos era mucho menor que la primera vez que me ocurrió esto, por lo que las páginas por lo general se cargaban (lentamente, eso sí), salvo que coincidiera que intentabas abrirlas en medio de una racha mala. Sin embargo, eso no fue lo único que comenzó a fallar, pues el teléfono se unió a la fiesta haciendo que durante la mayoría de las conversaciones existieran uno o varios ratos en los que el interlocutor no pudiera oír nada de lo que nosotros decíamos, pese a que desde nuestra casa siempre se escuchaba todo.

Sin embargo, durante varios meses no hicimos nada por dos motivos. El primero era que yo mismo ya lo había intentado todo para arreglar la pérdida de paquetes la vez anterior, y que lo del teléfono podía achacársele a mi ex-compañera (la del Ares, de la que ya os contaré más historias, ya que tengo para escribir un libro), pues poco antes de marcharse definitivamente dejó caer, quizá accidentalmente, nuestro inalámbrico por la ventana. Como la altura no era mucha, pudimos recomponerlo más o menos, pero no somos expertos en el tema y no estábamos seguros de haberlo hecho bien, de forma que creíamos que el mal funcionamiento se debía al golpe.

Esto estuvo así hasta hace poco más de una semana en que se me ocurrió hacer una llamada casualmente mientras estaba mirando la gráfica de las estadísticas del emule, justo donde se ve (además de en un ping) el momento exácto en el que internet pierde paquetes. Mi sorpresa fue mayúscula cuando descubrí que esos ratos en los que una cosa funcionaba mal, también lo hacía la otra. Entonces tomé la decisión de armarme de paciencia y volver a intentar hablar con el servicio técnico de ONO.

La conversación que surgió de esta llamada es surrealista, y me gustaría haberla grabado para poder compartirla con vosotros. Para empezar, la telefonista me informó (ante mi oportuno requerimiento) de que ya no seguían la política de no cobrar las consultas siempre que se tratara de un problema achacable a ONO el que se tratara en ellas, sino que ahora había que pagar los cinco primeros minutos (justo en los que te da la chapa el contestador con un montón de publicidad absurda), y luego ya era gratis para todos. Acto seguido me pidió que desenchufara el cable-módem, de lo que desistió cuando argumenté que si lo hacía la llamada se cortaría y me volverían a cobrar por escuchar patochadas, añadiendo además que ya lo había hecho, previsoramente, instantes antes de contactar con ella. Por si esto fuera poco, la desinformada mujer me aseguró varias veces que mi incidencia se debía a que no tenía contratada la descarga de paquetes de datos de internet, sino sólo la conexión de 4 megas, y que por eso los perdía. Esta afirmación me obligó a explicarle a aquella persona que debía solucionar mi problema cómo funcionaba aquello que debía arreglar, lo cual me llevó un buen rato y me acarreó una buena dosis de frustración.


Después de hacer el paripé durante casi cuarenta minutos con comprobaciones que yo mismo ya había realizado antes de llamar, llegó a dos conclusiones. La primera era que mi tarjeta de red debía estar desconfigurada, de lo cual descreyó ella misma cuando le expliqué que en mi casa había cuatro ordenadores, de los cuales tres son portátiles y se han conectado más de una vez a otra conexiones de ONO sin los problemas que surgían aquí. La segunda, tras convencerse de que la primera no podía ser, fue que entonces el fallo estaba en mi router wifi, pero como eso tampoco explicaba por qué fallaba el teléfono al mismo tiempo que lo hacía internet tuvo que darse por vencida, y casi una hora después de iniciar la llamada accedió a mandarme un técnico en 24 horas. Eso sí, al hacerlo me amenazó con que si la avería no era de ONO me cobrarían el desplazamiento. Luego colgó.

A las pocas horas de concluír esta llamada, recibí una en mi móvil (que había dejado como teléfono de contacto) con identidad oculta. Para los que no lo sepáis, odio recibir este tipo de llamadas porque siempre pienso en la enorme cantidad de películas que he visto de secuestradores y demás gente chunga que utiliza este recurso y me entran ganas de colgar. Sin embargo, en esa ocasión decidí ser valiente y contestar, de forma que descubrí que el supuesto técnico que iba a venir a mi casa en realidad no pensaba moverse de dondequiera que estuviera, pues la avería (que al parecer existía, aunque no me dijeron cuál era) ya estaba arreglada. Como podéis imaginar, yo estaba que daba palmas con las orejas, pues comprobé la conexión, e hice un ping largo, de forma que descubrí que todo, por primera vez en años, funcionaba como debía.

Y esto duró dos días. Contados.

A partir de entonces todo ha vuelto a ir mal, de forma que mi paciencia se ha acabado. Consultaré con mis compañeras de piso, volveré a llamar, y amenazaré con darme de baja definitivamente si un técnico de verdad no se presenta en mi casa y soluciona mi problema. Me he cansado de pagar por nada, y, aunque sé que todas las empresas de telecomunicaciones son la misma mierda, espero encontrar una que me estafe dentro de lo moderadamente normal.

La esperanza es lo último que se pierde.

Continuará... Algún día.

ONO y las Cosas Buenas (I)

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Sería aproximadamente el año 2000 cuando mi madre tomó la decisión de cambiar la vieja conexión a internet de Telefónica (para la que teníamos una línea adicional en casa, un módem cutroso y una bonita receta por consumo a final de mes) por la novedosa oferta de Retecal. Durante seis años, a lo largo de los cuales la empresa experimentó varias evoluciones, aquel sistema funcionó estupendamente. Tanto que cuando llegó el momento de elegir una compañía para mi piso de estudiantes en Salamanca no tuve ninguna duda y me entregué al cable.

Las cosas empezaron a torcerse ya desde aquel mismo año. Prácticamente nada más firmar el contrato, Retecal desapareció engullida por la ínclita ONO, y los problemas comenzaron. Mi compañero de piso era poseedor de un maravilloso router wifi que había estado funcionando perfectamente en su casa de León hasta que decidió compartirlo conmigo. En aquel momento, justo después de que yo me hubiera gastado los cuartos para dotar a mi equipo de sobremesa con una tarjeta de red inalámbrica, tuvimos que enfrentarnos al primer obstáculo. La wifi dejó de funcionar como debía, pues pese a que la cobertura era excelente la mayoría de los paquetes de datos se perdían y no había forma de cargar una mísera página, pues el tiempo que tardaba siempre excedía el permitido.


Después de emplear bastante dinero con el móvil en el horroroso servicio de atención al cliente de ONO, concluímos como buenos consumidores que el problema debía ser nuestro (aunque el router funcionaba perfectamente en otras conexiones de la misma compañía sin variar siquiera la configuración), así que abandonamos la tecnología vanguardista y tendimos un cable (partiendo del mismo aparato que la wifi, por supuesto) por toda la casa para poder conectarnos. Con este sistema todo volvió a funcionar perfectamente, lo que debió constituír la principal razón por la que al año siguiente, cuando cambié de compañeros y de piso, volví a cometer el error de confiar en la misma compañía, sólo que esta vez también contraté un teléfono fijo.

Este segundo año ninguno de nosotros tenía un router wifi, y como en esta ocasión la opción de tender un cable era impracticable (yo sí que poseía uno normal de los de toda la vida), compramos entre los tres uno exáctamente igual que el del año anterior (sólo yo podía configurarlo, y por aquel entonces no estaba demasiado seguro de poder aventurarme en otro modelo de otra marca). Al principio funcionó bastante bien, pero a partir de las Navidades comenzaron los problemas. La velocidad era exasperantemente lenta en todo momento, salvo cuando conectábamos directamente un ordenador al cable-módem de ONO, motivo por el cual todas nuestras llamadas al servicio de atención al cliente eran desechadas instantáneamente. De nuevo, nuestro aparato funcionaba perfectamente con otras conexiones de la propia compañía sin necesidad siquiera de modificar la configuración, pero eso a nadie le importaba.

Al final, terminamos autoconvenciéndonos de que la culpa de todo el problema la tenía una de mis compañeras, con la que la relación era espantosa, que siempre tenía el ordenador descargándose un montón de cosas mediante el Ares. Y quizá fue eso por el que cometí el enorme fallo de no dar de baja la conexión cuando transcurrió el año de rigor. Al fin y al cabo soy humano, y tropiezo varias veces con la misma piedra.


El Fedeguiqui

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Mientras leía las noticias esta tarde he encontrado una peculiar versión de nuestro orgullo patrio y próximo himno nacional, "el chiqui chiqui". Como me ha gustado especialmente, he decidido compartirla con vosotros, queridos lectores, para que podáis admirarla tanto como yo.

Sólo lamento no conocer al auténtico autor de semejante maravilla para agasajarlo como se merece, pero quizá el anonimato le siente mejor todavía. Sin nada más que añadir, os dejo con la original letra de "El Fedeguiqui". Si alguien se anima a grabar una versión cantada (lo haría yo mismo, pero sería demasiado lamentable), estaré más que dispuesto a colocarla en este blog.

Hasta entonces, disfrutad con lo que tenemos.

¡PPerrea, PPerrea!
El Fedeguiqui mola mogollón
lo bailan en la COPE, El Mundo y La Razón
dale Fedeguiqui a los peperitos
que con Fedeguiqui se ponen muy tontitos
Lo baila Rajoy, lo baila e$PPeranza
lo baila PPedroJeta con corpiño y con tanga
lo baila la Botella, lo baila Aznar
lo bailan en la sede del Partido Popular
Y el Fedeguiqui se baila así:
¡Uno! ¡Se rompe España!
¡Dos! ¡El 11-M!
¡Tres! ¡De Juana Chaos!
¡Cuatro! ¡La rendición!
Baila Fedeguiqui, baila Fedeguiqui
lo baila Luis del Pino y también sus friquis
Lo bailan los obisPPos, lo baila “Hazte Oír”
lo baila de noche Dragó en Telemadrid
La niña de Rajoy, los fines de semana
lo baila con Pujalte, Acebes y Zaplana
En una manifa del Alcaraz
pusieron Fedeguiqui ¡y todos a bailar!
¡Bailar! ¡Bailar, bailar!
y el Fedeguiqui se baila así. . .



Zombie Strippers

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Aunque actualmente estoy bastante liado y no tengo apenas tiempo para publicar nada en el blog, me he encontrado con una pequeña joya que creo que es necesario dar a conocer. Se trata de una película titulada Zombie Strippers que va a estrenarse este mismo mes en Estados Unidos.

La época dorada del cine sobre muertos vivientes fueron los años ochenta, donde las películas de esta temática florecían por doquier. Casi todas tienen una calidad bastante dudosa, pero la mayor parte de ellas aseguraban una buena dosis de entretenimiento aderezado con un enorme montón de vísceras de bajo presupuesto. Zombie Strippers parece que será la más digna heredera de aquellos maravillosos filmes.

El argumento no podría ser más sencillo: un experimento secreto del gobierno sale mal, y, os lo creáis o no, resulta ser un virus que convierte a la gente en zombie. Hasta aquí todo normal, pero las cosas empiezan a ser ligeramente diferentes cuando descubrimos que el primer lugar afectado es, como se puede desprender del título, un club de striptease.

Sin embargo, el colmo del frikismo, y el motivo por el que seguramente vea esta película (aunque no creo que se estrene en los cines españoles) es que en su reparto destacan dos enormes figuras. La primera de ellas es Robert Englund, mundialmente conocido por haber hecho de Freddy Krueger un porrón de veces. Y la segunda es Jenna Jameson, también famosísima por haber sido la musa de millones de adolescentes salidillos (por no decir que ha comido tantos rabos como la reciente ganadora de Supervivientes - upps, ya lo dije).

Y ya sin más dilación, os dejo con el trailer, desgraciadamente en inglés. Disfrutad con los eslóganes que va soltando la voz en off, y las paridas que dicen los personajes.